Hola amigos.
Abro este blog con la egoísta intención de usarlo como terapia psicológica y que además pueda solucionar las dudas a gente que, como yo, sufrimos los problemas directos o indirectos de padecer un sobrepeso muy elevado.
Quiero que me perdonéis por la longitud de este primer "post", pero creo que es necesario.
Os quiero explicar un poquito mi historia para que entendáis como he llegado hasta aquí y por qué he tomado la decisión que cambiará mi vida para siempre.
Voy a someterme a una reducción de estómago mediante la técnica de Bypass gástrico por laparoscopia. Poco invasiva y 100% efectiva en el 100% de los casos, aunque con un porcentaje de muertes cercano al 2% de los intervenidos…
Y estoy acojonado…
A día de hoy tengo 39 años y 9 meses y peso 147 kilos, pero no siempre fue así…
INFANCIA:
Nací en Sant Boi de Llobregat, Barcelona (SPAIN) en los años 70 del siglo pasado, sanísimo y guapetón, en el ático alquilado de mis padres, en una cama normal y corriente pero lleno de amor y felicidad, ayudado por una comadrona gorda con bigote (esto último obviamente no lo recuerdo, pero siempre la imaginé así).
Pesé unos 3,45 kilos. Un precioso lechoncete rosadito de pelo negro ensortijado.
Ya desde pequeño, jamás tuve problemas con las tomas de biberón, las papillas naturales que se curraba mi mamá a base de galletas maría dorada, plátanos, naranjas, manzanas y peras (nada de potitos Bledine ni historias). O con la introducción de alimentos más sólidos, como la morcilla de burgos o los muslos de pollo en salsa, por ejemplo.
La única excepción, el pescado, que desde bien pequeño me ha dado asco y repulsión. No soporto el sabor ni la textura y hasta me cae mal al estómago cuando he intentado cambiar mis hábitos.
Es imposible. No me entra.
Entre los <modo irónico ON> ricos alimentos <modo irónico OFF> que he llegado a tomar de niño, están los testículos de toro o turmas que, según las abuelas, tienen muchas vitaminas (solo de pensarlo, vomito) hasta cerebros de cordero enharinados y fritos, pasando por aceite de ricino para la debilidad en los catarros o gripes.
Algo mejor me sentaba el pan con aceite y sal, el pan con chocolate, o pan con vino y azúcar… o las exquisitas compotas de membrillo y melocotón de mi “llalla” Carmen. Cara y cruz, pero bien cuidado y alimentado.
La verdad es que mi infancia fue muuuuy feliz, siempre jugando en la calle con palos y piedras, escalando arboles y montañas, corriendo y sudando sin parar tirachinas en mano, viviendo aventuras y jugándonos la vida entre frutales, coches-chatarra y un edificio abandonado que había detrás del gigantesco bloque de viviendas en Sant Feliu de Llobregat, donde se mudaron mis progenitores pocos meses después de nacer.
Disfrutábamos tirándonos por cuestas infinitas en monopatín, invento norteamericano infernalmente divertido y peligroso, con la inconsciencia que tienen los niños sanos, abriéndonos las cabezas y rompiéndonos algún hueso por hacer el animal, pero siendo felices de verdad, con unos padres económicamente humildes y luchadores, empeñados en darnos todo el amor del mundo y todo lo que necesitábamos en la medida de sus posibilidades (jamás tuve la idea de necesitar nada más de lo que tenía), acompañado de un hermanito 18 meses más joven al que quería y quiero con locura y por el que siento devoción.
El pequeñajo siempre estaba malito. Nació antes de tiempo y con algunos serios problemas que se presentaron después de nacer y que marcaron su infancia.
Por suerte hoy está perfectamente, excepto sus cositas, como todo “treintaypicoañero”.
Es un tío muy vivo e inteligente, con una capacidad de empatía brutal y con una picardía y simpatía con la que se ha ganado siempre el corazón de todo el que lo ha conocido. Un buen tipo. Y encima guapo. Que cabrón el enano.
Así, siempre tuve una barriguita que me acompañó, mientras mi hermano, dos palmos más pequeñajo y muy flaco, era todo huesos y pitracos. Aún así, siempre juntos como el punto y la I.
Con 6 años, me apuntaron a aprender a nadar junto a… mi hermano. En una semana, dominaba el arte de la flotación positiva. En un mes, ya era “cinturón negro tercer dan” de los pececillos de mi edad, y a los tres meses, entré en el Club Natación Sant Feliu, empezando una preparación intensa que acabó llevándome a competiciones incluso a nivel nacional y alguna internacional, tanto en natación como en waterpolo. Mi entreno era duro y intenso, pero lo llevaba bien porque adoro el agua ya sea en una piscina, bañera, charco, rio o en el mar. La sensación de ingravidez, de abrazo absoluto del medio, la libertad de movimientos en 3 dimensiones… Y mi pancita, aunque minúscula en esa época, siempre estaba ahí.
En el colegio, a pesar de tener unas notas excelentes y estar bien mirado por los profesores, no acababa de integrarme con los líderes de la clase. Ni falta que me hacía. Siempre odié el futbol que a ellos apasionaba y mi mente estaba más montando aventuras y escalando arboles que en la lucha por patear un pedazo de cuero pinchado y sucio. Siempre fui un buen portero cuando en gimnasia debíamos jugar un partido por mi envergadura, aunque un pelín patoso y pies planos.
Tenía éxito con las niñas, pero era más por mi buen carácter, bonachón y siempre dispuesto a ayudar, que por mi carisma o mi aspecto físico. Y con los demás compañeros de clase, el respeto era genial, ya que jamás me metía en líos… y porque los pasaba a todos un buen palmo y unos cuantos kilos, con lo que era un formidable enemigo en alguna de las peleas típicas de infancia.
Me preferían como amigo.
Siempre fue así en mi vida.
Aunque algunas ostias nos repartimos, y casi siempre al llegar a casa con el pantalón de invierno roto o el “niqui” (éramos mucho de “niquis”…) manchado de tierra y sangre, la ostias eran duplicadas por la suave mano de mamá o la algo más pesada de papá. Aunque siempre dolía más ir a la cama sin postre que las ostias de los colegas o familiares… el dolor físico siempre ha sido bien soportado por mi organismo.
PUBERTAD
Me desarrollé muy fuerte, ancho de espaldas y muy alto demasiado pronto. Con 9-10 años, medía 1’74 metros, lo mismo que hoy en día y unos 65-70 kilos, casi 16 cm más que mi madre y unos 6 más que mi padre. Esto ocasionó que mis huesos se estiraran sin estar totalmente calcificados, con lo que las roturas de huesos y escayolas se sucedieron varias veces en esa etapa.
Aún medio impedido por el yeso, nunca dejaba escapar la oportunidad de saltar una cerca o matar avispas en la fuente armado con una goma o una escopeta fabricada con pinzas de madera para tender la ropa.
La otra cosa que me llenaba, a parte de la natación, era mi pasión por la electrónica y los ordenadores, la informática y la programación, en pañales en aquella época en España.
Con los ahorrillos de los dos hermanos recogidos duramente en visitas a parientes y abuelos, las pagas semanales y algún Ratoncito Pérez generoso, casi reunimos la mitad de lo que costaba un Amstrad CPC464. La otra mitad, a pesar de constituir el sueldo de todo un mes, la pusieron nuestros padres.
Autodidacta desde el primer día, perdía mis pocas horas libres delante de una pantalla, disfrutando, aprendiendo, descubriendo y enseñando a los amigos.
Compraba libros y aprendía ensamblador o código máquina. Reventábamos los juegos de Spectrum y Amstrad que llegaban desde Inglaterra de la mano del padre de un amigo y los vendíamos en el "Mercat de Sant Antoni" los domingos por la mañana, consiguiendo más dinerillo para comprar más juegos que piratear...
Cosas de chiquillos.
Si era novedoso el tema, que ni la policía nos perseguía aún.
Sabía que estaba mal, pero era tan apasionante...
Cuando me disfrazaba de pirata, era de los de Silicon Valley, no de los del Caribe.
Si en lugar de España hubiese vivido en EEUU... a saber donde hubiésemos llegado, pues había mucha calidad en aquellos 4 chavales.
En natación, con 12 años, llegué al máximo en mi categoría, con algunos records locales que incluso tardaron algunos años en ser superados, pero conseguidos a base de entrenar demasiado duro para mi edad, llegando al máximo con estos horarios durante una temporada…
* 7:45 a 8:45 - piscina
* 9:00 a 12:00 - colegio
* 12:15 a 13:15 - piscina
* 13:30 a 14:45 - comer y descansar
* 15:00 a 17:00 - colegio
* 17:00 a 17:45 - bocata en el parque
* 18:00 a 20:00 - piscina
* 20:00 a 21:00 - waterpolo con los mayores de 14 a 16 años.
Soy el que está de pie, con bañador azul al lado de los que van sin gorro.
En esta foto tenía 11 años contra los 15-16 de mis compañeros que también están de pie.
Y los sábados competición de waterpolo y los domingos, de natación. Extenuante ritmo para un niño que lo que quiere es cazar renacuajos en los charcos, jugar con la bici o tirarse barranco abajo a buscar la cueva escondida…
Los resultados llegaban uno tras otro. Competición que realizaba, competición que ganaba en mi categoría, aparentemente sin esfuerzo, ya fuera de velocidad (50 y 100 metros) o de resistencia, en piscina, lago o mar abierto… coincidiendo además en waterpolo con la mejor generación que dio el waterpolo español, que culminó con la medalla de plata en las olimpiadas de Barcelona 92 y el oro olímpico en Atlanta 96.
Por desgracia, me quemé.
Me harté.
Descubrí con 14 años que las niñas estaban muuuuy buenas. Y que hablar con ellas y salir con los amigos era infinitamente más atrayente que chapotear a todas horas.
Por desgracia, lo hice engañando a mis padres (es lo que, aún a día de hoy, más me duele de toda mi infancia y adolescencia) y a la gente del club que, al parecer, había depositado en mí unas grandes esperanzas.
El castigo fue ejemplar.
Me expulsaron del club de manera irrevocable, sin perdón ni aviso previo. Así, el Sr. Presidente del club, de un plumazo eliminaba al chaval que hacia sombra a su nene, que se convirtió desde ese momento en el mejor de nuestra edad.
Le di la excusa y me dio el castigo.
Aquella situación, lejos de representar para mí un castigo, fue como una bocanada de aire fresco para el que ya se ve ahogado, una nueva y muy placentera sensación de libertad plena.
La posibilidad de ser igual de normal que el resto de mis compañeros de clase. Algo tan importante durante la pubertad, en donde se busca el pertenecer a un grupo por encima de todas las cosas.
ADOLESCENCIA
Empecé mis estudios superiores, con nuevos amigos, nuevas experiencias y nuevas sensaciones. Aprendí a bailar Break-Dance los fines de semana, ganando algún concursillo de discoteca con el grupo “street people”, conocidos en el barrio y poco más.
A los 15 años, en mi instituto, conocí a la mujer de mi vida, a mi actual esposa y madre de mis dos hijos. A mi compañera, amiga y confidente. A mi media naranja perfecta.
Mi amor…
Mi vida…
Ella lo es absolutamente todo para mí. Joanna. Lo mejor que me ha pasado.
La pasión por los ordenadores me llevó a hipotecar a mis padres en un carísimo curso privado de programación y análisis de sistemas con 15 años que aprobé a base de sábados y sábados durante un año, con la máxima nota.
Mi pasión por los ordenadores era ya desmesurada.
Esto me permitió empezar a trabajar, gracias a la bolsa de trabajo que ofrecía la misma escuela privada, en una empresa de Sant Cugat del Valles como ¡profesor de informática y programador de bases de datos para empresas! a los 16 años mientras seguía con mis estudios de bachillerato.
Durante el primer año ganaba una miseria, prácticamente para pagar los billetes de tren y ferrocarriles catalanes que necesitaba para desplazarme al trabajo y poder costear las juergas del fin de semana sin ocasionar dolo a la economía familiar.
Por suerte aprendí a trabajar y a enseñar, lo que es el márquetin, a vender incluso lo invendible… Y a desconfiar de algunos compañeros de trabajo con buenas intenciones, pero excesivamente celosos o trepas.
Al año encontré una posibilidad de mejorar más cerca de casa, montando una academia de informática desde cero a Diego, un emprendedor con mucha vista que vivía en un quinto piso sin ascensor y de alquiler, con un Renault que se caía a pedazos.
En dos años, se compró un Audi nuevecito y una casa apareada, además de recomprar los dos locales que tenía en alquiler…
Se lanzó al ruedo en el momento justo y ganó dinero a cubos.
Por suerte, un poco de aquella riqueza me la quedé yo. Mi sueldo durante esa época, era mucho más alto que el de mi padre (incluso más alto de lo que hoy en día cobran muchos españoles) y me permitió ahorrar y comprar mi primera motocicleta de segunda mano con la que poder ir a trabajar sin depender de transporte público y horarios estrambóticos.
Físicamente, empecé a hacer Tae Kwon-do junto con mis buenos amigos. Como siempre, la competición ocupaba mis horas de gimnasio, 4 días a la semana, sábados a la mañana incluidos. Estaba fuertísimo, siempre hambriento… y con tripilla pese a mis 75 kilitos.
Dinero, el amor de mi vida, los estudios más o menos al día (con alguna que otra dificultad…) Estudiaba por la mañana y trabajaba por la tarde. Todo iba saliendo a pedir de boca. ¿Qué más podía necesitar?
Pero…
Una noche de intensísima lluvia, después de una jornada bastante dura, arranque mi moto y puse camino a casa bajo el aguacero sobre las 21:00 horas. A la entrada de mi ciudad, un inmenso charco cruzaba la carretera, casi un rio.
Al pasar por encima, mi moto se paró.
Nadie en la carretera.
Noche negra como boca de lobo.
Bajo una lluvia muy intensa y sobre un charco inmenso.
Y el maldito motor no quería revivir.
Ayudándome con las piernas y sin bajarme, empujé la moto hasta salir al pequeño arcén de la derecha. Me agaché para comprobar que todo estuviera en su sitio.
Un rugido de motor, luces, un ruido seco y metálico, sensación de estar volando por los aires, un dolor lacerante, inmediato y muy intenso en la pierna izquierda. Tremendo golpe en la cabeza. Sensación de vacío en el estómago, mareo, boca seca y desorientación.
Desvanecimiento.
Todo oscuro…
Ruido, golpes y gritos. Noto el tirón de unos brazos que me sacan del agua. Un dolor increíble en mi pierna izquierda me hace aullar de dolor y recuperar la conciencia de golpe.
Un pobre hombre pisó el mismo charco que paró mi moto y perdió el control de su Rover 216 por el "aquaplaning", impactando contra mi moto y lanzándome a más de 5 metros, ocasionándome rotura de ligamentos de la rodilla izquierda, fisura de rótula y conmoción cerebral, además de algún rasponazo.
Estaba en el sitio justo en el momento equivocado.
El hermano del hombre venía detrás con la furgoneta del trabajo. Me recogieron y recogieron los restos achatarrados de mi primer amor mecánico y me llevaron a casa.
Noche en el hospital, yeso inmovilizador, observación del golpe de la cabeza y mi moto con el chasis destrozado para siempre.
Una baja de casi 11 meses, dolorosísima rehabilitación y juicio contra el pobre hombre del que saqué un exiguo millón de pesetas por las secuelas de por vida que pagó su compañía.
Dejé, obviamente de practicar Tae Kwon-do y empecé a engordar.
Nunca, jamás en mi vida había dejado de hacer algún deporte o ejercicio físico. En pocos meses me puse en 110 kg. 30 kilos de exceso de peso. Cuando me encontré mejor, que no bien, gasté el millón de pesetas en comprarme mi primera moto de gran cilindrada, compañera inseparable de los siguientes 10 años. Una preciosa Yamaha Ténéré 660, moto trail estilo dakar.
EL SERVICIO MILITAR
Al poco tiempo, y con 122 kilos acostumbrado a una vida bastante más sedentaria de lo que me hubiese gustado, el país reclamó mi presencia para cumplir con la patria. El ejército me necesitaba durante un año para trabajarle de gratis y barrerles la mierda. A la puta mili.
El primer mes de instrucción fue salvaje. Acabé de destrozarme la rodilla, pues allí, a los que sufrían sobrepeso, los machacaban a ejercicio sí o sí.
No hay excusa o no sales de permiso a ver a los tuyos.
Entre 10 y 15 km diarios a la puta carrera. Eso y la mierda de potingues que te dan para comer, lograron hacerme perder casi 15 kilos en un mes.
En una de esas carreras, con pista americana y cuerpos a tierra de por medio, acabé teniendo que ser recogido del fango por los sanitarios y llevado a la enfermería con hiperventilación, 220 pulsaciones por minuto y la rodilla destrozada de nuevo.
Necesité intervención quirúrgica para recomponerla en el Hospital Militar Gómez Ulla.
Empecé a fumar.
Y a beber como un cosaco… vamos, como todos… pero no comía apenas.
Mi trabajo era informatizar las bases de datos del ejercito. Los mandos no dejaron que me librara del servicio militar como otros que tenían la mitad de daño físico y estaban en talleres o de paleta, o de pintor… Necesitaban informáticos y un tullido como yo, pese a todo, les servía para sus fines. Había pocos que supieran lo que era un ordenador PC. Y menos programar bases de datos.
Me exprimieron hasta el día de mi licencia, y salí con tan solo 82 kilos.
Un hombre nuevo, pero peor que cuando entré, con más odio, más vicios, más dolores y con un año de mi vida perdido.
Eso sí, me saqué el carnet de conducir camiones y autobuses, que me hacía ilusión y nunca se sabe.
DE LOS 20 A LOS 25 AÑOS
Jamás volvería a correr. La única actividad física que practicaba era la pesca submarina en apnea y el enduro con mi moto trail-dakariana de 200kg.
Tanto la moto como la pesca me permitía sentirme en libertad y en la naturaleza. Irónicamente, no me gusta el pescado y la verdad, prefería no disparar a nada que no me pudiese luego comer, con lo que siempre acababa con mejillones, almejas, alguna sepia o pulpo en la red... si había suerte.
Y nada más.
Atesoraba en la retina imágenes submarinas en la época en que Jaques Cousteau hacía sus increíbles documentales.
Hoy está mal visto e incluso perseguido y penado cualquiera de las dos actividades, pero es que esto ya no es libertad... Gracias a los "ecologetas" de foto y portada.
Los amantes y usuarios reales del monte y la naturaleza os odiamos de verdad.
En la crisis del 93, después de las olimpiadas de Barcelona'92, no encontraba ningún trabajo y gracias a un amigo de mi madre, recién separada de mi padre, empecé a trabajar llevando autobuses para una empresa privada.
Mi peso volvió a desbordarse.
Más de 13 horas sentado conduciendo... Me tenían que ayudar a bajar del bus por los terribles dolores en mi rodilla. Solo duré tres años.
En medio del calvario, me casé al fin con mi amada Joanna. Un paso lógico después de 8 años y pico de noviazgo. Estrenamos pisito y vida conjunta. Me pegaba unas autenticas palizas montando muebles, pero a la vieja usanza. Sierra, clavos, martillo, encolar tapetas…Aún no existía IKEA… Puertas correderas, muebles de cocina, interruptores y electricidad, pintura…
El bricolaje casero no tenía secretos para mí…
Con ella a mi lado los problemas siempre eran menos problemas. Es una época que recuerdo llena de luz, la recuerdo amarilla radiante, fresca y limpia…
DE LOS 25 A LOS 30 AÑOS
Ante las perspectivas odiosas de la maldita crisis y sin encontrar nada para mi, conseguí empezar a trabajar en la empresa donde lo hacía mi padre, como autónomo.
Me dedicaba a la distribución de artículos de lujo.
Vamos, de repartidor con una furgoneta de jamones, vaporetas y colchones de látex.
La flexibilidad horaria que me daba esta nueva ocupación, además de buenos beneficios, me permitió continuar estudiando, aprendiendo diseño gráfico y lenguajes de programación para la WWW, o sea páginas web, cuando internet en España era algo casi de ciencia ficción.
Mi vida era tranquila, estable económicamente, feliz de nuevo y lo suficientemente física para mantener un sobrepeso moderado, no superando los 110-115 kg.
Estabilizado en ese peso, viví el nacimiento de mi hija, y más tarde de mi enano.
Dos de los momentos más maravillosos y emotivos de mi vida. El sueldo era bueno y los sobresueldos que conseguía con la informática, me permitían lujillos extras de cuando en cuando. No necesitábamos más.
Dejé de fumar radicalmente cuando mi hija me dijo que olía a cenicero y que no quería que su papa se muriera por el tabaco. Eso ayudó a que mi peso aumentara nuevamente en 7-8 kilos... Pero gané en salud.
DE LOS 30 A LOS 35 AÑOS
La vida parece que gira completamente cada 7-10 años.
Intentar pensar donde, como y con quien estabais hace 7 años.
Veréis que casi seguro no tiene nada que ver con la vida que hoy lleváis, salvo lo inamovible.
Pues eso, que la vida me jugo otra mala pasada.
Un problema en mis muñecas me dormía las manos y antebrazos al pinzar los nervios. Al principio, no era nada importante.
Molesto a lo sumo.
Pero poco a poco se fue convirtiendo en un suplicio.
A la vez, la faena bajaba y los ingresos empezaban a ser justitos para mantener hipoteca y demás gastos fijos. La idea de operarme y estar meses de baja me aterraba, porque siendo autónomo en España no cobras un duro y encima debes seguir pagando. Sencillamente los autónomos en España no se ponen enfermos.
El maldito túnel carpiano ya no me dejaba ni dormir por las noches, con dolores intensos y calambrazos que me retorcían. No quedó más remedio que operar, y tras solo 20 días de operar mi mano izquierda, lanzarme de nuevo a la carretera.
Saqué un seguro que me cubría el sueldo en caso de baja laboral aún siendo autónomo, y un año más tarde, me operé de la derecha, estando los pertinentes 2 meses de recuperación. Me vi negro para cobrar lo que el seguro prometía. Después de pasar no sé cuantas pruebas y tribunales, los señores del seguro decidieron que la raja que tenía en la mano realmente era por una operación que me mantuvo de baja 2 meses y me pagaron... pasado el año de la baja. Los seguros van bien mientras no los necesitas. En cuanto debes echar mano de ellos, te das cuenta que no sirven para una puta mierda.
DE LOS 35 A LOS 40 AÑOS
El negocio de la construcción iba viento en popa, y mi mujer trabajaba en una empresa de venta de materiales y herramientas de construcción que crecía mes a mes. En cuanto el jefe de mi mujer, buen amigo nuestro, se enteró de lo de mis manos, me lanzó el anzuelo para que entrara en la empresa.
Tenía todos los carnés de conducir, con experiencia, además era informático y sabía de electrónica, con lo que tenía un reparador de calculadoras, estufas, teléfonos, contestadores, fotocopiadoras, ordenadores, grapadoras, etc...
Además, soy bastante manitas, se cómo usar todas las herramientas (recordar que en casa me lo hice casi todo) y durante un tiempo trabajé en la obra con mi gran amigo Juanfran, con lo que sabiendo lo que sabía y con cuatro cursillos para ponerme al día, era el personaje ideal para la ampliación de la empresa que tenía prevista.
Siempre me ha dado miedo el pensar que pasaría si los dos integrantes de la pareja trabajasen en la misma empresa y esta cerrase puertas. Pero la oferta, pese a cobrar infinitamente menos que trabajando de autónomo, me permitía una seguridad que no me ofrecía la aventura de ser empresario. Sobre todo respecto a las bajas remuneradas y al hipotético cobro del paro en caso de cierre o despido... Una tranquilidad extra y muy buen ambiente. Eso si. 12 horas fuera de casa, en un trabajo bastante estresante y sedentario. Seguí subiendo de peso.
Al llegar a los 122kg, empecé la primera dieta como tal de mi vida.
Una disociativa. Me costó más bien poco perder casi 15 kilos. Era una gozada ver como bajaba peso. Al dejarla, tardé más de un año en recuperar los 122.. y alguno más.
Con 125 kg, la segunda dieta. Esta, la famosa de la alcachofa. Me costó más perder el peso, y solo llegué a los 112, donde me estanqué. Recuperé peso bastante rápido, aún intentando mantener una dieta sana y algo hipocalórica. Me situé por encima de los 128.
Estar tan cerca de los 130 me daba miedo. Era una barrera de peso que no estaba dispuesto a cruzar. Empecé a tener manchitas en las espinillas, ocasionadas por pequeñas trombosis. Mi circulación empezaba a fallar.
Me puse manos a la obra, haciendo un seguimiento en una tienda Nature House.
Me fue imposible después de dejarme un pastón en galletitas asquerosas bajar de los 118-120kg. Estaba toda la semana prácticamente a pan y agua (de marca Nature House, eso sí) y una paellita, en plato pequeño, permitida por la dietista diplomada que me controlaba, me hacía subir más de 2 kilos de peso. Ni por asomo me había comido 2 kg de paella. Algo no funcionaba.
El resto de la semana, era para intentar dejar esa pequeña subida.
Y muchas semanas ni lo lograba.
Lo que más me tocaba los huevos, las broncas estúpidas de la dietista... "esta semana te has pasado, ¿he?. Hay que hacer bondad...." ¡pero si no comía nada extra ni me salía de la rutina de la anterior semana!
No me obsesionaba, pero me jodía la situación y lo dejé.
Volví a recuperar. Esta vez sí sobrepasé los 130 kg. en 4 kilos...
Ayudando a descargar un camión, me ocasioné una hernia umbilical, bastante dolorosa. La tuve 5 o 6 años y un buen amigo fue operado a vida o muerte tras habérsela estrangulado...
Al día siguiente de su operación de urgencia, fui a pedir hora para operar la mía. El cirujano me dijo que con aquella cantidad de grasa abdominal, él no se atrevía a operar, dado que las complicaciones podían ser importantes. Tenía 6 meses para perder el máximo posible... el tiempo que estaría en la lista de espera de la seguridad social.
Venga. De nuevo a dieta estricta.
Esta vez probé un sistema francés llamado KOT que me ofrecían en la farmacia.
Son productos tipo Nature House, pero de mejor sabor. Una dieta hipocalórica, prácticamente comiendo solo lo que esos productos aportan.
El resultado, brutal.
En menos de... 2.000 euros, perdí hasta los 118 kilos.
Fui al fin operado de la hernia que se complicó con un seroma o bolsa de suero. La recuperación se alargó más de 2 meses con un molesto drenaje siempre colgando. No dolía demasiado salvo en las curas, pero era asqueroso.
También me encontraron un “carcinoma in situ”. La palabra cáncer asusta tanto que pasé los peores 20 días de mi vida esperando los resultados de las pruebas. Un bulto en la espalda decidió ir de por libre.
Fue extirpado pensando que era un quiste de grasa, pero en una biopsia demostró ser bastante agresivo. Por suerte lo sacaron cuando no lo buscaban, con lo que lo pillaron tan a tiempo que no necesité más que un seguimiento de tanto en tanto durante 2 años... Ni quimioterapia, ni radio, ni nada de nada. Ojalá todos los canceres fueran tan tontos como este...
HOY.
Ya llegamos al día de hoy. Después de recuperarme de la intervención, en apenas un año he pasado de los 118 a los 147 kg actuales. 30 putos kilos.
Esto es increíble. Y desesperante.
No me obsesiono, pero mi salud se ha degradado muchísimo. Me encuentro mal. Mi aspecto no es, ni mucho menos el de un obeso mórbido, pues siempre he sido muy ancho de espaldas y bastante musculado. Entro perfectamente en las sillas de los bares, y en los aviones no debo pagar dos pasajes... Aunque sí que tengo un gran barrigón, y la cara de pan, redonda y blandita.
Pero es la grasa interior la que hace daño. La que se fija al corazón, a los riñones, al hígado, al interior de las arterias...
Tengo apneas nocturnas, no descanso, mi corazón se ha hipertrofiado (tener un gran corazón no siempre es bueno) teniendo un riesgo muy alto de sufrir un ataque o una trombosis, mi hígado acusa principio de hepatitis grasa, mis riñones están literalmente forrados en grasa...
Procuro seguir muy activo, pero mi organismo me dice basta.
No puedo ir al gimnasio porque el acido úrico se acumula en mis articulaciones ocasionando mucho dolor.
No puedo correr por mi rodilla.
Al caminar, acabo sufriendo dolores en plantas de los pies, tobillos y piernas...
Pese a todo, ni padezco hipertensión, ni tengo el colesterol alto, ni los triglicéridos, no tengo azúcar en la sangre…. En un análisis de los anuales de la empresa, estoy 100% perfecto.
Me ha pasado lo que los nutriólogos llaman coloquialmente "la goma".
Pierdes peso y el organismo se prepara para la hambruna. En cuanto hay nutrientes, el cuerpo fuerza el mecanismo de absorción y captación de grasas para soportar una hipotética hambruna futura. Nuestro organismo no sabe que deseamos perder peso. Solo se da cuenta que la habitual entrada de alimentos queda cortada de raíz y interpreta que ha llegado una época de vacas flacas.
Así, nuestro organismo se comporta como un banco, en que cada vez que sacamos, acaba metiendo lo sacado más intereses, por si otra vez necesitas volver a sacar. Es un sencillo mecanismo de supervivencia heredado de nuestros ancestros no tan lejanos, y actualmente, ese mismo mecanismo nos mata.
El problema de los obesos es que nuestro organismo funciona demasiado bien frente a las épocas de escasez. El problema no es que nuestro metabolismo no queme calorías de manera eficaz. Probablemente lo haga incluso mejor que el de un flaco. Y en más cantidad. El problema es otro.
Veamos un ejemplo:
Si viviéramos en la selva y solo hubiese un pajarito de 200 calorías que zamparse, el sistema digestivo del obeso actual aprovecharía prácticamente el total de los nutrientes. El flaco actual, sencillamente no lograría el mismo rendimiento calórico, con lo que tendría indiscutiblemente muchas menos oportunidades de supervivencia.
Pero claro.
Yo no vivo en la selva.
Vivo en Sant Andreu de la Barca. Y tengo una nevera de puta madre y cientos de hipermercados y tiendas de barrio para poder abastecerme de cuanto quiera y en cuanto lo necesite.
Como veis, y como dicen los nutriólogos, los obesos se convierten en verdaderos expertos en la fisiología de la alimentación. Aprendes mucho pero ni así se logra absolutamente nada.
La notable degradación de mi salud ha llevado a tomar esta drástica y definitiva decisión.
Estudié cientos de métodos de adelgazamiento.
Desde el balón gástrico a la banda gástrica. Y el único método que parece que realmente funciona es el Bypass gástrico.
Eso o estar todo el día en un gimnasio... imposible en mi estado, pues ya lo intenté.
El balón gástrico solo funciona en obesos con hiperobesidad, para ayudar a una pérdida de peso previa a una intervención barogástrica más seria. O en separados y solteros, que pueden modular su apetito y volver a aprender a comer, pero se sufre muchísimo y la pérdida de peso puede ser recuperada.
De hecho, existe gente con poca voluntad, que aún llevando el balón gástrico en su estómago, ha engordado a partir del tercer mes, en que el cuerpo ya se ha habituado a la brutal agresión que representa ese cuerpo extraño relleno de suero fisiológico en el estómago. Imaginar lo que duele una espinita clavada en una mano cuando el cuerpo la rechaza y al intenta expulsar e imaginar la lucha del organismo por expulsar semejante pedazo de goma rellena en el interior.
Lo peor es que a los seis meses te lo quitan, con lo que el estómago vuelve a ser gigantesco.
Descartado.
Es otro NatureHouse o Kot.
Al dejarlo, me pondría en 155, seguro... y con 6.000 euros menos.
Después de ver que mediante la seguridad social que llevo años pagando, me hubiesen operado en el 2020, con suerte... mi madre empezó a buscar entre clínicas privadas y de estética.
La mitad son solo charlatanes de mercadillo.
Buscan dinero rápido con métodos estrambóticos y poco controlados vendiendo belleza y salud. Pero hay otros serios y que realmente ponen todo sobre la mesa. Pros, contras, la realidad de mi enfermedad.
Porque la obesidad mórbida es eso.
Una puta enfermedad que mata poco a poco.
LA DECISIÓN DEFINITIVA
Así pues, y con la ayuda de la familia a la que adoro, hace una semana asistí a la consulta del Doctor Carlos Ballesta. Una eminencia en este tipo de intervenciones, pionero en hacerlo mediante técnicas laparoscópicas poco invasivas y con un nivel de éxito del 100% y que trabaja en las instalaciones de la clínica privada Teknon de Barcelona, clínica de prestigio.
Existen riesgos.
Riesgos reales de muerte.
Y me tienen acojonado. Por supuesto…
Sé que todo irá bien y que miles de personas que ya han pasado por esto han recuperado su vida, las ganas de vivir y de hacer cosas que yo estoy perdiendo día a día.
Sobre todo, me da miedo el antes.
Una vez metido sé que no voy a tener problemas y los que surjan los superaré sin duda, pues tengo ganas de dar la vuelta a una situación que ha acabado por ser insostenible.
La ilusión por devolver calidad de vida a mi existencia es más potente que los riesgos que asumo.
Si me opero, tengo según estadísticas, un 2% de posibilidades de morir en la operación o en complicaciones posteriores.
Pero…
Si sigo con la degradación de mi salud al ritmo del último año, tengo un 27-30% de morir en los próximos 10-15 años. Y lo peor, no poder disfrutar de mis hijos en sus juegos durante ese tiempo...
El lunes pasé un exhaustivo examen médico en la misma clínica Teknon y en otros laboratorios asociados.
Desde ecografías hasta radiografías de todo tipo.
Desde análisis de sangre y otros líquidos a electrocardiogramas y aspirometrías.
Desde medidas y pesos hasta un exhaustivo historial médico.
Visitas con anestesista, endocrino, psicólogo, etc...
Hoy viernes, tengo la última visita con el cirujano, que ya tendrá todos los datos de los análisis, de las pruebas y de los expertos que ayudarán en la intervención y valorará mi estado físico y psíquico, mi idoneidad como operable de Bypass gástrico.
Es el último paso antes de la intervención, el lunes día 19 de abril de 2010.
Ahí empieza mi nueva vida y estoy dispuesto a explicaros como me va yendo a lo largo del tiempo.
Está todo en marcha. ¡Voy a por todas!!!