Después de tomar la dura decisión de pasar por quirófano para realizarme una reducción de estómago, valorando las posibles complicaciones (incluida la muerte) y habiéndolas aceptado como un riesgo necesario para mejorar de una vez por todas mi calidad de vida, me encuentro con que he vuelto a caer anímicamente. Tengo una ligerísima depresión.
Pasé por la consulta de mi cirujano, el Doctor Ballesta y hablamos largo y tendido sobre mi estado y evolución. Todo va perfecto. De libro.
Un saludo para el doctor Cesar, al que también pude saludar de nuevo. Y a la amable gente de la consulta, peleando a diario para que todo funcione bien…
Sobre el papel, mejor no puede ir.
No hay anemia, no hay falta de calcio ni deficiencias vitamínicas, sigo perdiendo peso de manera más o menos constante, mi salud en general es buena y mi forma física ha vuelto a la que tenía con 25 años.
No tengo deudas ni créditos pendientes, conservo un buen trabajo (renqueante, como todos en esta maldita y dura crisis), comparto nuevas aficiones con nueva gente en mi vida y puedo disfrutar de la familia y mis viejos amigos como antes no podía ni siquiera soñar.
Entonces… ¿que me pasa?
Pues no lo se, pero cíclicamente caigo en una pequeña depresión.
El jueves y el viernes pasé por un estado de altísima presión y estrés al tener que hacerme cargo de un “stand” de una exposición que mi empresa montaba en una población cercana. Y me enteré el jueves por la tarde que era el encargado y que además debía hacerlo todo yo solito.
No había material, ni información, ni presupuesto, ni… nada de nada. Solo prisas y una palmadita en la espalda con la confirmación de que confiaban en mi criterio y maña para que todo saliera bien…
Salió bien. Después de muchísimo trabajo físico y algunas llamadas telefónicas, tirando de favores que me debían, salió bien.
Pero no dormí más que un par de horas la noche del jueves, un par más la del viernes. Todo nervios.
El sábado, con todo montado y funcionando a pedir de boca, relajado ya en casa, cené ligero y aún así acabé vomitando como “la niña del exorcista”. El trocito de pollo, que hasta ahora no me había dado problemas, me sentó fatal y pasé mala noche, a base de infusiones de manzanilla y pocas horas de sueño. ¿Se me cerró el estómago?
El domingo por la mañana había quedado con mi hermano Xavi para hacer una salida en bici, y me lleve a mi hijo Alex. Pese a no estar recuperado de la mala noche, salimos puntuales.
Cuando llegamos, 9 personas más nos esperaban, vestidos de “Tour de France”, con bicicletones impresionantes y las piernas de Miguel Indurain…
Y también un grupillo de novatos.
Menos mal.
Nos unimos a estos últimos.
26 relajantes kilómetros después, llegué a casa no demasiado cansado y bastante feliz.
Me duró poco, pues continué con molestias estomacales ligeras y cuidando la dieta.
Por la noche, casi recuperado, cené algo de sopa de arroz. Error.
La noche del domingo al lunes, la pasé sentado en el W.C., soltando aire como un globo pinchado y con el ojete en carne viva… Mis vecinos no sé si pudieron dormir con tanto ruido de la sección de viento del 4 piso…
Para colmo, me peso y observo que ya son dos semanas sin bajar apenas unos gramos…
Estrés, cansancio, metas tan lejanas en le tiempo que no se ve el final…
¡Quiero ver el resultado final ya!!
Y eso no es posible. Sigue siendo una carrera de fondo y no he llegado ni a la mitad. Apenas el primer tercio. El más duro, eso sí.
Hoy estoy un pelín bajo de moral.
Tengo frio y mucho sueño… Mucho más tranquilo con la barriga pero con algún molesto ruidito intestinal.
Seguimos luchando…